jueves, 30 de julio de 2009

Palma de Mallorca, España. Danza. Hand in Hand, por Zhao Limin

En Los último años China ha puntado como un país altamente capacitado para estar a la altura de los paises de primer mundo, nos han impresionado con sus deportistas, avances tecnológicos y hasta las figuras de la virgen de Guadalupe que se venden al por mayor en la Ciudad de México. De pronto pareciera que rayan en la perfección y que la palabra "Imposible", es tan solo un vocablo intrascendente que se torna gris ante su presencia amarilla.

sábado, 25 de julio de 2009

Bienvenidos a la génesis de la Libertad Cultural

Este es un Blog para la reflexión y la difusión de la Cultura Mexicana que se manifieste en cualquier región o país del mundo. 

Es un espacio donde podemos expresarnos libremente, de manera respetuosa, propositiva e inteligente. Aquí se ofrecerá una cartelera de actividades artísticas y culturales donde tendrán voz los grupos independientes, es también un espacio de escritura sensata, editoriales culturales, difusión del conocimiento, una alternativa a la meditatización de nuestras vidas, un crisol donde escriben diversos autores y lo que de todo esto germine.

Este Blog tiene la misión de difundir y catalizar todas las inquietudes artísticas y culturales de aquellos creadores relacionados con la Cultura Mexicana (incluidos los residentes en México, Naturalizados o Extranjeros) dispuestos a expresarse, promover sus actividades relacionadas con la Cultura Mexicana con la finalidad de acercar a los creadores a los públicos y provocar el nacimiento de nuevos públicos.

Es también un espacio de expresión para esos públicos.

INFORMAR, ES CREAR Y AQUI LO HACEMOS DEMOCRÁTICAMENTE.

Este blog tiene cabida para 100 autores y cuando se supere ese número, encontraremos la manera de que publiquen más autores.

Quienes quieran empezar, adelante, es muy fácil, envíen sus datos a claudiobregon@gmail.com y serán inscritos como autores, se les notificará a través de un correo electrónico que pueden empezar a publicar.

1.- El contenido de la información será en un lenguaje llano para que pueda ser entendido por la mayoría de los lectores.

2.-Los textos de difusión deberán ser breves y directos

3.- Se podrán subir videos alusivos a las actividades y reseñas así como fotos y todo lo que la tecnología permita, exista ahora y en el futuro. El mismo flujo de la información nos dará la pauta para indicar el límite de fotos y videos.

4.- La información debe llevar la regla de oro periodística: "Quién" "Qué" "Dónde" y "Cuándo"

5.- En el título de la información se deberá colocar primero la ciudad y en su caso, el país, para ubicar con claridad la procedencia, luego se pondrá el evento en cuestión, por ejemplo: 

--Phoenix, Arizona, USA / CLUBES DE ORIUNDOS DE LOS ESTADOS DE CHIHUAHUA, GUANAJUATO...etc. 
 
--San Cristobal de las Casas, Chiapas / REUNIÓN DE POETAS TZOTZILES, TOJOLABALES Y YAQUIS...

5.- Las informaciones y los comentarios son libres y fundamentados en los valores de Respeto al lector y a los autores, contemplando la Libertad de Expresión como bandera sin restricción de ideologías.

6.- En caso de que la publicación sea extensa, se publica y luego el mismo transito de información normará su reducción en el caso de que así sea. 

7.- Nadie tiene derecho a transformar o borrar la información de los demás.

8.- Toda sugerencia para mejorar el funcionamiento será bien recibida.

9.- Todo lo que no esté previsto en estos puntos de arranque, será discutido democráticamente en beneficio del colectivo y de la difusión cultural.

10.- Mientras dure nuestro periodo de gestación, esta información será constantemente seleccionada como texto inicial para que todo mundo esté informado. Con el tiempo, se pondrá una síntesis. 

¡Bienvenida la diversidad Cultural y Celebremos el encuentro de los buscadores de la Libertad y el Conocimiento!

Árboles

CAPÍTULO XI: ÁRBOLES
por Carol Miller
Extracto de "México Mío", libro en proceso


I: Los secretos de la vida


Y “¿cómo,” preguntaron los sabios de las culturas de la antigüedad, “se apoya la tierra, si no con el axis mundi, el árbol de la vida?” La repuesta la ofreció el botánico californiano Luther Burbank: “los secretos de la vida pueden sumarse en un árbol”.

Incluso, para los pueblos prehispánicos, los muertos de buen augurio podían reaparecer en la rueda de la existencia como árbol, y la cruz cristiana era, como la misma cruz de sus propias ceremonias, un árbol de la vida. La estela montada en el caparazón de una tortuga, para los chinos y vietnamitas es el árbol de la vida. El palo o tronco que apoya la sombrilla en las imágenes mayas, birmanas, siamesas, jemeras y polinesias, es también el simbólico árbol, con el cual, para ellos, no sólo se apoya el planeta sino que se detiene el cielo.

La costumbre japonesa de ichigo-ichie, la disciplina de convertir cada instante en un tesoro, buscando así la perfección, definitivamente se respalda en árboles, especialmente cuando están en flor, o cuando en el jardín de mi casa se trepa una enredadera de trompetilla, con sus flores escarlatas, entre las ramas de nuestro enorme liquidámbar, creando así un arreglo natural que daría envidia a cualquier esteta japonés.

Son los árboles los que se imponen en nuestra imaginación. Nos arraigan al suelo de este frágil planeta. “Los árboles viejos muestran más carácter que los jóvenes,” dice el Dr. Andrew Weil en su libro, Envejecer con salud, “mas no es por eso que los veneramos, los consideramos sagrados, y organizamos peregrinaciones para contemplarlos. Les rendimos honores porque saben sobrevivir.”

Los árboles fueron formados, decía la Avesta Zand (la versión modificada del libro de Zoroastro) de los mirtos y arrayanes y de las palmeras de dátil, hasta que se creó el Gaokerena (el Irminsul, el Wakah Chan, el Sakaki), culto bien guardado entre los gnósticos de Egipto y Persia, que veneraban el árbol sagrado arraigado en el mar que contiene las semillas de todas las plantas, sobre todo las curativas, y cuyo jugo proporciona el elixir de la inmortalidad.

Todas las culturas antiguas veneraban algún árbol. Tal vez nos referimos al famoso tule o ciprés (Taxodium mucronatrum) en Santa María del Tule, en las afueras de Oaxaca en el sur de México, el árbol de más circunferencia en el mundo. Podríamos incluir el Jomon Sugi (Cryptomeria japonica) en Yakushima, una isla circular al sur de Kyushu in Japón, presumiblemente, aunque no sea probable, de siete mil dos cientos años de edad. O quizás el Sri Maha Bhodi (Ficus religiosa), el sagrado árbol bhodi en Anuradhapura en Sri Lanka, donde supuestamente el Buda recibió su iluminación. Según los adeptos a la filosofía de este gran profeta es el árbol más viejo del mundo.

Existen cedros gigantes (Cedros libani), antiguos cuando los estudiosos judíos redactaban el Viejo Testamento, ahora muy escasos, imponentes en un parque nacional que visitamos Tomás y yo en el Monte Líbano. Las ramas masivas de un abrumador abeto Douglas (Pinaceae pseudotsuga manziesii), en el noroeste del Pacífico americano, convierten en miniatura hasta a las ilusiones más grandiosas. Y, ¿qué tal los viejos, huecos, sugerentes baobab (Adansonia digitata) en África, inspiración para Antoine de St. Exupéry en su Principito? Y, ¿los gigantescos sequoia (Sequoisadendron giganteium), en la Sierra Nevada de California, que llevan el nombre de un cacique indígena y que son los árboles más altos del mundo?

El tamaño, sin embargo, es sólo uno entre varios criterios. Gran número de bonsái (de la palabra japonesa que define el hecho de plantar en charola) pueden presumir de cien, doscientos, hasta cuatrocientos años, tal vez más, pero lo admirable origina no en su edad sino en su estética, en el equilibrio de su exquisita proporción, cultivada constante y minuciosamente.

Aún así, existen otros parámetros. El cariño personal cuenta para algo. En una ocasión, caminando en nuestro parque (en realidad un generoso camellón que, con un poco de ayuda de una imaginación fértil se convierte en un mundo en microcosmos) a dos cuadras de la casa, me encontraba con Memo, el mozo quien nos ayudaba con el jardín y los perros. Estábamos hablando de los árboles, específicamente el liquidámbar (Liquidambar stryaciflua) junto a la ventana de la cocina. Hace mucho, Tomás y yo de viaje, Agustina, nuestra entonces-sirvienta, decidió que el árbol estaba creciendo muy cerca de la casa, y lo mandó podar. “Las ramas invadían la azotea,” nos explicó después, en un intento de justificar su acción, cuando exigía yo una explicación. “Cuando caen las hojas en febrero, se atascaban los desagües.” Y, ¿por qué el mozo en turno no barría las hojas? ¿Por qué Agustina se extralimitó en su autoridad?

El árbol, noble y valiente, por mucho tiempo logró sobrevivir, no obstante con una salud siempre precaria, más aún cuando convertí su jardín en un patio pavimentado para acomodar dos de mis perros, dejando sólo un cuadro de tierra, enmarcado por un filo de concreto, donde sus raíces se podían alimentar, aunque siempre castigadas, preferiblemente con un suplemento de una o dos cubetas de agua al día. Ni siquiera durante las lluvias más torrenciales de la época de aguas recibía lo suficiente para mantenerlo, sin su dosis de agua auxiliar.

Cuando su árbol compañero, al otro lado del patio, frondoso, monumental y esplendoroso, lucía un nubarrón de hermosas hojas tiernas y verdes, los patéticos restos del sobreviviente del asalto de Agustina apenas producían unas pocas hojas tentativas, para adornar lo que quedaba de sus ramas, que poco a poco se iban secando. Mutilado, martirizado, generalmente descuidado sobre todo si estábamos fuera de la ciudad, de todos modos era mi árbol favorito, mayormente por su coraje necio y persistente.

Mientras paseamos los perros por el parque, un día le pregunté a Memo si en su opinión debíamos de darnos por vencidos y dejar secar el pobre árbol, o si podríamos continuar con los intentos de mantenerlo. Mi muchacho, con gran sinceridad, me aseguró que el árbol podía vivir, y que él estaba dispuesto a proveerlo de las dos cubetas diarias de rigor, aumentándolas si fuera necesario, durante la época de estiaje. “Sería una lástima cortarlo, ya que a usted le gusta tanto.” Desde luego, las palabras de Memo las estoy interpretando, ya que él, como la mayoría de los campesinos de las provincias remotas de nuestro país, se expresa, si acaso, en su idioma nativo. Su español es deficiente, y él, en el mejor de los casos, no es muy articulado. En cuanto al árbol, tardó casi veinte años en darse por vencido, pero finalmente no sólo se secaron los restos de sus ramas sino que se convirtió por dentro en polvo fino, y un día, para evitar que se cayera, lo tuvimos que cortar.


II: Un pino disléxico

Con eso me sentí obligada a contarle a Memo la historia de mis amigos, Catalina, una norteamericana, y Gabino, originario de Inglaterra, residentes en un bosque cerca de Albany, en el estado de Nueva York. Apenas unas semanas antes Gabino me había enviado por correo electrónico la foto de un enorme pino, apresado contra un costado de su casa de madera, al final de una vereda rústica. Una flecha dibujada, haciendo un arco a través de toda la foto, indicó con ominosa inferencia, “Aquí puedes ver el árbol que cayó encimo de mi.”

Yo creí que era una broma, o quizás uno de esos insistentes “re-envíos”, con la intención de entretenerme, o filtrar algún mensaje positivo, de optimismo y perseverancia. Se aclaró el mensaje, de lo que fue casi una calamidad, cuando llegó un correo posterior, de parte de Catalina, explicándome que venía en su automóvil, de regreso de su trabajo, cuando Olga, su mamá, le habló por su celular, para avisarle que había ocurrido un accidente. Pobre Catalina. Casi se infartó. Por lo pronto, dejó de respirar. Se había casado con Gabino apenas seis meses antes. De hecho, yo los había presentado, mediante una jugada de backgammon en el Internet. Después de un período de cortejo entre dados y retos, le recomendé a Gabino que visitara personalmente a Catalina, para cerciorar su enamoramiento. Él viajó a Estados Unidos para conocerla, ella hizo un viaje a Inglaterra para presentarse con su familia, y finalmente fijaron la fecha para su boda. Me invitaron a acompañarlos como su dama de honor.

La boda fue en mayo. Al parecer Olga, quien habita la casa de junto a la de ellos, decidió en noviembre que la hilera de seis gigantescos pinos, primero que nada le restaba luz durante el invierno, y por otra parte, evitaba que entrara el sol en la recámara de Catalina y Gabino. No menos significativo, propiciaban el hielo que hacía resbaloso el camino durante los meses de frío.

Ahora bien, a mi me parece que los árboles que restan luz en invierno, cuando de por sí hay poco sol, harían frescos los meses de calor, pero nadie pidió mi opinión y además, nací en el sur de California. No conozco los inviernos severos. Nunca he tenido que pasar una temporada de nieve y hielo. En todo caso, yo amo a los árboles. Vivo en un país donde el problema no es la luz sino la tala indiscriminada, y la escasez en general de árboles, debido no sólo a la industria maderera, sino especialmente a las fogatas caseras, la leña para las chimeneas, y el mal manejo, en general, de nuestras zonas boscosas.

Evidentemente, Olga tenía otro concepto. Teniendo por todos lados un bosque entero, le parecían excesivos los seis pinos, creciendo desmedidamente a lo largo de su camino de acceso. Con eso ordenó que se cortaran. Gabino ofreció ayudar al equipo encargado de la faena. “No más le echaba una mano a mis amigos,” me contó después. No era muy probable que fueran sus amigos. Apenas se había mudado seis meses antes a los Estados Unidos, desde el centro metropolitano de su Londres nativo, para casarse con Catalina, y no estaba, que yo sepa, adiestrado en el arte de la tala de los árboles.

De hecho, el tronco del árbol junto a la ventana de su recámara ya se había trozado y las cadenas colocadas, para asegurar que cayera hacia afuera, cuando inexplicablemente giró sobre su propio eje, ciento ochenta grados, tambaleó peligrosamente, luego cayó hacia la casa, con Gabino en su camino. La Gran Bretaña, con su legado celta, es notoria por su incidencia de dislexia, pero por el hecho de vivir Gabino junto al pino, ¿sería posible proyectar el dominio del lado derecho del cerebro al árbol?

El golpe fue amortiguado por un rincón de la casa, la cual fue casi demolida. El árbol en todo caso quedó con sus ramas incrustadas en la tierra del camino de acceso. Gabino quedó apresado por las ramas, y de haber sido menos afortunado, hubiese convertido a Catalina en una viuda prematura.

De hecho, Gabino se recuperó de un golpe severo aunque no crítico, con un trauma al hombro, la espalda, dos costillas fracturadas, y mucho susto. ¿El seguro médico? “Todavía no cobraba validez,” me explicó Gabino en su carta. “Me convenía esperar tres o cuatro semanas antes de tener un accidente. Me daba mucha pena con Catalina. Creí que iba a enojarse mucho, por el gasto inesperado.”



III: Los pinos en llamas


Para ahora Memo y yo, los perros junto a nosotros, habíamos llegado al tronco de un árbol quemado. Había sido un árbol importante, de gran presencia, elevando sus ramas por los menos veinte metros al aire. “Era un domingo por la mañana,” le contaba a Memo, “muy tranquilo, al igual que el día de hoy, pero hace varios años, con la luna llena todavía suspendida como un plato plateado, arriba del horizonte poniente. Subí por esa loma de pasto verde, levanté la vista, y me di cuenta que el árbol estaba en llamas. No había un solo coche por las calles, y nadie a la vista. Empecé a tocar los timbres de todas las casas. Me sentí como Casandra, la heroína de la Ilíada, porque cuando informé a los propietarios de las residencias en el Pedregal que se quemaba un árbol frente a su puerta, no me creían. Querían volver a dormir. Por fin pasó un pequeño taxi Volkswagen y pedí al chofer su ayuda, antes de que el incendio llegara a los cables de luz.”

Memo quedó muy impresionado con mi relato, estudió con cuidado al tocón y se asombró con la destrucción de un arbolón de veinte metros. “Seguramente se prendió el incendio desde la noche anterior,” me dijo, muy pensativo, “porque si no, ¿cómo podría haberse quemado todo el árbol, con las llamas en al aire.” Hacía un esfuerzo para visualizar el espectáculo.

“Los árboles son bellos,” le dije, “pero también, si son pinos, con su resina escurrida, son un peligro, sobre todo si están muy secos, y unos maleantes le prenden fuego. Se queman aprisa y las llamas lo consumen rápidamente. Este árbol en particular tuvo la sensatez de quemarse en un área abierta. El único riesgo fue el cableado eléctrico. Déjame contarte de una experiencia que tuvimos con la Navidad. ¿Nunca te has preguntado por la ausencia de guías de luces en nuestro árbol?”

Asintió con gran solemnidad, pero consternado. Creo que no entendió mi pregunta. (Creo que mis narrativas son ajenas a su mundo. O quizás, no está poniendo atención.) “Nunca ponemos luces al árbol de Navidad,” le dije de nuevo. Siguió de frente, buscando su camino entre las piedras de lava en el parque. Luego se detuvo, y me miró de frente, esperando que continuara. Todavía no entendía bien. “¿Qué crees que sucede si se hace un corto? Los árboles de Navidad son de pino, ¿no es así? Bueno, ¿qué es lo que distingue a los pinos?”

“Las agujas,” me contestó, con alegría, muy congraciado con su propia perspicacia. (Ahora sí, está picada su curiosidad.)

“No, Memo,” le dije, tratando de ser tolerante. “La resina. Si se prende fuego un árbol de Navidad, que ya está seco, suben las llamas con gran rapidez y se quema enseguida, llevando toda la casa a su alrededor. Así le pasó a una amiga mía.”

Su rostro se volvía incrédulo. “Ella estaba viendo la televisión con su hijo cuando notó un resplandor rojizo en el cuarto de junto. Se asomó para ver qué era. Se dio cuenta de una hilera de flama a través del piso de su estudio, donde había montado el árbol de Navidad, rodeado de todos los regalos. Estaban explotando las botellas de vino, estallaban en llamas las cortinas, y se hacían ampollas de calor en la tapicería de piel del sofá.

“Corrieron mi amiga y su hijo a llevar cubetas de agua pero ya para cuando regresaron al estudio enfrentaban una muralla de llamas. Apenas lograron salir de la casa, ellos con la ropa que llevaban puesta, a más de sus tres perros. Se quemó, o quedó inservible a causa del humo, casi todo su arte, su loza, muebles, tapetes, ropa, artefactos personales. Los cuadros que no quedaron destruidos los mandó a Tomás para su restauración y a mi me mandó las esculturas en bronce que lograron salvarse, para que se re-patinaran.

“La casa, en sí, se salvó.” Memo seguía estupefacto, incapaz de imaginar la destrucción. “Se quemaron sus vigas, y su reventaron las columnas de concreto, pero la construcción, de piedra, quedó intacta. Me acuerdo,” le seguí contando a Memo, “cuando yo tenía alrededor de catorce años. Vivía en la costa de California, donde se construye con palos de madera, lámina de conglomerado y tablas al exterior. Arribé un día de la escuela, y mi casa había desaparecido.”

Memo se detenía. “Pero, ¿qué le pasó?” me preguntó a su vez.

“Yo di la vuelta por el camino de acceso, desde la carretera hacia el final del callejón, que terminaba al pie de una colina. Del otro lado había una barranca, llena de árboles, todavía en llamas. Pensé que me había equivocado de camino, porque no veía ninguna casa. Sólo se levantaba el humo del papel, de una colección de revistas que había guardado mi mamá, curiosamente de la revista Life. Tenía desde el primer número, que salió en 1933, el año en que yo nací. ¿Quién iba a decir que llegaría yo a trabajar como corresponsal en México, años más adelante, de esa misma revista?”

Todavía quedó paralizado Memo. Me estaba mirando pero no captaba lo que le estaba diciendo. “Lo mejor del caso es que en la mañana, cuando me fui para la escuela, mi mamá había llevado mi perra collie al veterinario, para que la bañaran. Nuestra gatita siamesa también se salvó porque se escapó de la casa y corrió por la colina. Se quemaron los cojines de sus patas, pero no fue grave. Todo lo demás lo perdimos.”

“Pero, ¿cómo fue? ¿Por qué se quemó la casa?” (Está poniendo atención a mi relato pero al parecer no tiene mucho interés. Estamos nada más pasando el rato.)

“No sé, Memo. Parece que explotó un tanque de gas. Tuvimos que buscar refugio en la oficina del alguacil. Los vecinos nos llevaron cepillos de dientes y una muda de ropa, para que pasáramos la noche. Éramos, de alguna manera, celebridades en ese pueblo. Todo el mundo sabía que mi mama había salvado un bebé, que alguien dejó en su moisés afuera de la puerta de la cocina. La madre de la criatura, aparentemente una mexicana indocumentada, corrió a esconderse en la barranca y ahí la encontraron los policías. Salió en todos los periódicos de Los Ángeles. Mi mamá dijo que quería quedarse con la bebita, pero no estaba permitido. El proceso y el papeleo tenían que pasar por la burocracia de la oficina de servicios sociales, y la bebita tenía que entregarse a una casa de cuna, mientras se la ofrecían en adopción. (Memo se quedó pensativo. Yo no lo sabía entonces, pero mi muchacho había embarazado a su novia y no sabían qué hacer con el futuro bebé.)

“Vivíamos en una zona boscosa, poco poblada. En aquel entonces era lejos de la ciudad. La casa, dentro de un claro entre los árboles de tamarisco y sicamora (que me encantaban porque estaban asociados con la deidad egipcia Isis), tenía dos pisos. Yo habitaba un cuarto que se había habilitado en la parte de abajo, frente al corral que a su vez daba a la barranca. Un día salí de mi cuarto con la intención de subir a buscar algo que comer en la cocina y me asomé al corral, donde mi collie cuidaba su camada de cachorros, recién nacidos. Me di cuenta que una culebra de cascabel, espalda de diamante, de dos metros de largo, aguardaba en la barra, arriba de la cerca. Estaba preparando un ataque a mis cachorros pero se asustó cuando abrí la puerta de mi cuarto. Quería escaparse hacia la barranca pero corrí al garaje, tomé el hacha de mi padrastro, y la maté. Me daba pena, pero ¿qué otra cosa podía hacer? A los pocos días encontramos su pareja, pero se nos perdió entre la maleza.”




IV: Un amor ardiente


Seguimos caminando, ahora en silencio. De repente se paró Memo. Empujó a un lado su mata de pelo negro, con un gesto veloz de su mano, y se me enfrentó con una mirada trágica. También tenía una anécdota que contar. “En mi pueblo,” comenzó, “por la sierra del lado del Pacífico en Oaxaca, tierra de la Virgen de Juquila, hace como dos años y medio, había un muchacho. Lo conocía. Éramos compañeros de primaria. Se enamoró de una muchacha de la aldea de junto. Ella había tenido un novio pero rompió con él. Empezó a salir con mi amigo y estaban haciendo los planes para su boda. Fijaron fecha, fueron de peregrinación al santuario de la Virgen, y toda la aldea estaba planeando el banquete, y la música, y la fiesta.” Se detuvo para respirar. Aprovecharon los perros para mordisquear los últimos retoños de pasto aún no quemados por el frío de noviembre. “Mi amigo estaba loco por esa muchacha.”

“Luego, ¿qué pasó?” le pregunté. (Debe de haber un motivo para justificar este relato, pensé para mi.)

“El ex novio, enfurecido, fue a la plaza de la aldea de la muchacha, con una pistola cargada.”

“Y, ¿qué pasó?” (Definitivamente, me espera un motivo, y no estoy segura que lo quiero escuchar.)

“Empezó a tirar. Trozó los cables eléctricos para que no hubiera luz, y no podía acontecer la boda. No había luz para la iglesia, no había luz en la plaza, y no había luz en la casa que mi amigo había alquilado para la fiesta.”

“Pero, ¿a quién se le ocurre semejante estupidez? Espero que nadie quedó lastimado.”

“Sí se lastimó alguien. De hecho, se lastimó todo el pueblo, y el campo, y la sierra. Las chispas de los cables, cuando cayeron al suelo, prendieron fuego al pasto seco. Se encendía. No tardó nada para que también se encendieran los árboles. Los animales corrieron para salvarse de las llamas. Enseguida se devastaron cuatro hectáreas. El humo se metía a las casas y la gente se ahogaba. Varias casas también se quemaron. Se tuvo que cancelar la boda.”

“¡Qué terrible historia!” le dije.

“Sí, terrible,” me contestó Memo. “Todos esos árboles achicharrados. Los animales. La gente sin casa. Mi papa encabezaba un comité. Llamó al servicio forestal para que nos donara cientos de pinos chicos y todo el mundo cooperó, para plantarlos. Primero los insertaron en la tierra en sus bolsas de plástico negro, pero ya que habían prendido, se trasplantaban. Van muy bien. Están creciendo.”

“Me imagino que la gente en tu montaña cuida mucho a los árboles, ya que les costó tanto trabajo plantarlos.”

“Excepto el muchacho que baleó los cables. Él fue a dar a la cárcel. Dijo que no quería hacer ningún daño, sólo evitar que la muchacha se casara con otro hombre, pero mira, todo el daño que provocó. Nuestro bosque estaba negro, lleno de tocones quemados. La gente pasó meses limpiándolo para poder plantar los pinos chicos.”

“¡Qué suerte que tu papá encabezaba un comité! Seguramente le ayudó el gobierno del estado.”

“Para nada. Las aldeas por nuestra sierra ni existen para el gobierno del estado. Nos tienen olvidados, al menos que se acerca una elección. Entonces llegan los políticos y tapizan el pueblo con los cartelones de los candidatos. Presentan discursos y reparten camisetas y pancartas. Se supone que después de las elecciones tienen que recoger su basura, pero nunca lo hacen.”

“Y, ¿qué pasó con los animales en el bosque?”

“Eso es lo bueno, tenemos muchos venados, más ahora que se han plantado los nuevos árboles. El bosque les da protección. Los campesinos antes los mataban para comerlos pero ya no se permite. Alguien que lastima un venado, lo mismo una persona que corta un árbol, tiene que pagar una multa. Puede ir a la cárcel. Mi papá encabeza el comité.”


oOo

jueves, 23 de julio de 2009

Chichén Itzá la voz de Kukulkán / Claudio Obregón Clairin



Cuando delante a ciertas  Montañas Mágicas (Pirámides) de Teotihuacán, Chichén Itzá, Mayapán y Uxmal, alguien aplaude, se escucha un eco agudo muy similar al canto del Quetzal. Este efecto se produce por la dispersión del sonido que se explica con el fenómeno llamado "dispersión  Braggs". Al igual que la luz se descompone en los siete colores al pasar por un prisma, el sonido se "dispersa a intervalos" cuando golpea los escalones inclinados de las Montañas Mágicas y "rebota" produciendo el efecto del canto del Ave Sagrada Mesoamericana. Nuestros ancestros le dieron un sentido ritual al fenómeno físico que nosotros podemos consultar y analizar científicamente en esta dirección: http://www.sea-acustica.es/Buenos_Aires_2008/a-213.pdf

Monasterio de Santa María de los Reyes

CAPÍTULO IX: EL MONASTERIO DE SANTA MARÍA DE LOS REYES
por Carol Miller
Extracto de "MEXICO MIO", libro en proceso



I: Huatlatlauca

A las tres de la tarde el despiadado sol de marzo se encuentra todavía en alto. Se ve poca gente en las dos calles paralelas (solo una de ellas está pavimentada) de un pueblo elusivo, apenas visible en el mapa y casi inexistente en la realidad. Sólo podemos distinguir a dos hombres muy concentrados en la labor de la reparación de su venerable vehículo, dos niñas quienes fueron a recoger las tortillas para la comida, y un perro, olfateando la cuneta. .

La plaza ocupa el centro del pueblo. Está dominada por un edificio sencillo, más bien una casa tendiendo a solemne, recién pintada de blanco, de un solo piso. Por lógica, por la bandera y el escudo arriba de su puerta principal, deberíamos de asumir que es la presidencia municipal. Locales comerciales la enmarcan por los dos lados, mirando hacia el “parque”: un pequeño espacio del lado opuesto de la calle, sembrado con un pasto desmejorado por la falta de agua, con una resbaladilla y un columpio, debajo de tres o cuatro árboles soberanos, cuyas ramas se extienden generosamente, ofreciendo una plenitud de sombra.

Hemos hecho el viaje hasta este remoto lugar para recorrer la estructura amplia y señorial, que se asoma más allá del parque, recluida dentro de un recinto demarcado por imponentes murallas evidentemente, por sus dimensiones y diseño, virreinales.

Este monasterio, un exconvento franciscano dedicado a Santa María de los Reyes, es el último, es decir el más distante, en el paisaje conventual del siglo dieciséis de la sierra sur del estado de Puebla, a partir de Amozoc y Tepeaca (cuyos exconventos ocupan un lugar importante en el centro de sus pueblos respectivos), el exconvento en ruinas y museo arquitectónico de Tecalli de Herrera (centro de una gran producción de objetos en ónice), Cuahtinchan (gran obra de rescate que abarca una pinacoteca de pintura colonial y escritura ideográfica pre-conquista), el solitario y sombrío Tecamachalco en la cima de su cerro, y Huaquechula (sede en noviembre de un concurso de altares de muertos), todos elevados sobre anteriores pirámides ceremoniales prehispánicas, finalmente proyectos de recuperación patrimonial después de siglos de abandono y negligencia, que Tomás y yo habíamos recorrido, en efecto, casi adoptado, durante los dos años anteriores.



II: El ex convento


Podemos apreciar el conjunto desde la cima de las escaleras de hierro de la resbaladilla. La vista domina el atrio, y la reja que separa el parque de la iglesia. La entrada principal en realidad se encuentra a la vuelta, sobre la calle que bordea la barranca, y se alcanza al caminar unos cuantos metros, para entrar de frente, dando directamente a la iglesia, con los arcos de la “capilla de indios” o “capilla abierta”, ahora clausurada, a su izquierda. Cinco pequeños arcos, muy sencillos, casi rústicos, se extienden del lado opuesto, sobre el lado derecho de la entrada a la iglesia. Están pintados en el tono de pálido azul verdoso como de los huevos del pájaro petirrojo. Un portón de madera, elaboradamente tallada, indica el acceso al claustro. La puerta está cerrada con un pesado candado. Un muchacho de camiseta desgastada y pantalones de mezclilla, mientras barre la arcada, nos explica que el cuidador, Javier, se acaba de ir a comer.

La iglesia, no obstante, se encuentra abierta. Dos jóvenes artesanos, que se dirigen entre sí por sus nombres – el Maestro Carlos y Ángel, su asistente—hacen una laboriosa reparación a la hoja de oro del altar lateral, y nos explican que Javier por lo general se demora por lo menos dos horas. Observan la tristeza y descontento en nuestros rostros, entonces continúan con un consuelo: no necesariamente tarda tanto, porque se conocen casos en que sólo ha tardado una hora, incluso media hora. Están haciendo mucho esfuerzo por ser amables.

“¿A qué horas se retiró?” les preguntamos. Su respuesta es vaga. En realidad, estaban ocupados en sus labores y no se fijaron. “Y, ¿ustedes no comen?” Nos explican que tomaron una torta y un refresco, hace tiempo, sentados en su andamio. Les dio flojera bajar.




III: Un jardín encantado en una viga de madera


El deterioro a la estructura lleva siglos avanzando, en parte por su ubicación tan remota, pero dos temblores menores, un año antes, abrieron grandes grietas, tumbaron parte del recubrimiento y debilitaron las extraordinarias vigas talladas, junto con sus molduras – un jardín mágico retacado de bestias mitológicas, frailes piadosos, fantasiosos guerreros precolombinos, todo realizado con exquisito detalle, de hecho una obra única entre las estructuras franciscanas de la época. Habíamos visto muchas y no existía una obra semejante en ninguna parte.

Huatlatlauca había sido, antes de la llegada de los predicadores mendicantes del siglo dieciséis, el centro de una región copiosamente habitada, ahora definida por los residentes actuales como mixteca, pero en realidad la población más temprana en la zona correspondía a los olmeca-xicalanca, grupos que habitaban la llanura costera y que penetraron en la huasteca, las praderas de Puebla, hasta Chalcatzingo y más allá en el estado de Morelos, por las faldas del gran Popocatépetl. Estos grupos posteriormente fueron relegados por el expansionismo de los bélicos chichimecas, los mismos “bárbaros del norte” que inicialmente emigraron desde Coahuila hacia el centro de México, entrando alrededor del año 1100 en el valle de Puebla.

Los chichimecas, con el tiempo, compartían el área con los popolocas, hasta que ambos fueron ahuyentados. Encontraron un refugio en la árida y pedregosa Sierra Tentzo, parte de la Sierra Mixteca entre los actuales estados de Puebla y Oaxaca, cerca de 1465, cuando entró en la zona una invasión azteca, tan intensa, y tan duradera en su influencia, que hasta la fecha se habla el náhuatl en esta, como en muchas regiones, incluso en la costa, en la sierra norte de Puebla, hasta en los valles de Oaxaca misma. De hecho, la mayoría de los festejos aquí, a más de las ceremonias religiosas, todavía se efectúan en náhuatl.

Y así se detuvo el tiempo, en parte porque Huatlatlauca dejó de servir como la encrucijada estratégica en la sierra sur de Puebla, e incluso su importancia para los franciscanos se fue amainando, al trazar nuevos caminos que conducían a más diversos mercados, mientras la mercancía llegaba por otras rutas, dirigida a otras fuentes de consumo. Huatlatlauca, por tanto, se encuentra al final – en todo sentido-- del camino vecinal.




IV. Javier

Los primeros frailes franciscanos en la misión fueron evidentemente visionarios, con un gran sentido estético. Dejaron una presencia inconfundible en las vigas talladas, a más de los páneles de madera dentro de la nave de la iglesia o alrededor del coro – tal vez el ejemplo más importante, ciertamente el más fino, de una iconografía franciscana, del siglo dieciséis todavía existente, en realidad una mitología inusitada, tal y como fue interpretada por los artesanos indígenas—pero ya para 1569 los franciscanos habían cedido su jurisdicción en la zona a los agustinos. Los nuevos propietarios, durante el siglo dieciocho, terminaron la construcción de lo que era el cuerpo principal del monasterio, para esas fechas con rasgos barrocos. Para poder apreciar cabalmente la obra, no obstante, tendríamos que esperar el regreso de Javier, el cuidador, o por lo contrario, buscar la forma de irnos tras de él.

Se me ocurrió asomarme en la tienda enfrente del parque, al otro lado de la calle. ¿Quién mejor que un comerciante para informarnos sobre el paradero de Javier? Un niño muy joven, de tal vez cinco años, estaba acostado boca abajo sobre el piso, rodeado de crayones, mientras arrancaba y tiraba las páginas de un cuaderno ya en garras. “¿Le puedo ayudar en algo?” me preguntó, con una madurez por mucho en exceso a sus años.

Traté de enfocar mi vista, entre los resplandores de sol de la media tarde, que entraban directamente desde la puerta de la calle al interior del local. Poco a poco podía discernir los pequeños vestidos blancos colgados por diminutos ganchos alrededor de las paredes de la tienda. Evidentemente no se vendían con regularidad ya que la mugre de años manchaba las telas. Dentro de una vitrina se percataba joyería de plata, sin pretensiones. Un foco pendía de un largo cable sujeto al techo.

“¿Dónde está tu mamá?” le pregunté al niño. “¿Te encuentras aquí tu solo?”

“Yo cuido la tienda,” me dijo, con gran ceremonia, pero no se levantó del piso. Más bien me cerró un ojo. El guiño de un comediante. “Mi padre se encuentra en el campo y mi mamá en la panadería.”

En ese momento entró desde la calle una niña. Tenía tal vez siete u ocho años, quizás más, y estaba muy ocupada. Tenía prisa. Cargaba en su mano una hoja de papel de estraza. Obviamente iba rumbo a la tortillería. Le pregunté si conocía al cuidador del exconvento. Me dijo que sí, y empezó a explicar, en elaborado detalle, cómo llegar a la casa de Javier. No podría haber sido tan complicado, menos en un pueblo que contaba con sólo dos calles, pero por una parte, no todo el mundo cuenta con el don de la descripción, y por otra, descubrimos con la experiencia que la gente de habla-náhuatl es por su naturaleza muy verbosa.

“Sería bueno que me llevaras,” le dije, “para que no me pierda. Podemos recoger de regreso tus tortillas. ¿Por qué no le preguntas a tu mamá si no le importa?”
Parece que estaba de acuerdo, porque me tomó de la mano y me llevó por la calle, pasando primero la puerta de junto, aparentemente alguna especie de oficina, todavía con un viejo escritorio, hace mucho abandonado. La puerta a continuación revelaba una fonda con cuatro mesas, sus comensales comiendo sistemáticamente, sin mayor expresión de júbilo o aprecio. Justamente antes de que la calle se desplomara en una barranca se encontraba la última puerta, de metal, caliente al tacto, que conducía a un espacio oscuro dominado por un enorme, pero muy desgastado, horno panadero, su parilla de gas a toda capacidad. Faltaba oxígeno para respirar y el aire disponible estaba espeso con grasa. Hacía calor, más que en la calle.

Una mujer de veintiocho o treinta años, de camiseta muy delgada por muchas lavadas, falda de algodón desteñido, sandalias de un cuero muy desgastado, y un collar de semillas hiladas en su cuello, se encontraba doblada arriba de un gran tazón de masa. Sacaba pequeñas cantidades que iba formando en sus manos. “Mis polvorones,” me dice, como si nos hubiésemos conocido hace años.

Acomodaba sus polvorones ordenadamente en charolas galleteras. Un joven, según ella me lo explica, el mayor de sus cuatro hijos, en ese momento retiraba una lámina de polvorones del horno. Inmediatamente la mujer me dio a probar uno de ellos. Al titubear, me insistía. Estaba delicioso. Quería pagarle, para poder llevar más, ya que Tomás me esperaba en el parque de enfrente, pero no me dejó. “Son los tradicionales polvorones de Huatlatlauca,” me dice. “Ayer me tocó hacer bolillos, entonces hoy tengo que hacer el pan dulce y los polvorones.”

Ya somos grandes amigas. Amelia, se llama. La niña le había explicado que buscamos a Javier, el cuidador del exconvento, y con eso Amelia me abraza, con una efusiva sonrisa. “Es mi primo. No tarda en llegar.” La contemplo mientras forma y hornea sus polvorones y seguimos platicando, cuando abre la puerta, y entra el sol de la calle, como una aureola alrededor de un hombre chaparro y fornido, su mano extendida hacia mi, a manera de saludo.

“¿Quién me busca? ¿Para qué soy bueno?”

Apareció Javier, en pantalones de algodón negro, bien usados, una camisa de mezclilla y sus pies, torcidos por una juventud pasada en la labor del campo, metidos a la fuerza dentro de huaraches de piel tiesa. Colgaba de su mano un niño muy serio, de unos cuatro o cinco años de edad.

“Miguel Ángel nunca me suelta,” me dice Javier, mientras le pone un polvorón en la mano al niño. “Le encantan los polvorones de Amelia. Son nuestra gran tradición. Los hace especialmente en enero, para la fiesta de los Santos Reyes.”

Me explica Javier, quien ya se presentó formalmente (“para servir a usted y a Dios”), que uno de los festejos más imponentes y significativos del pueblo se celebra con la Epifanía, o Día de Reyes, el seis de enero. “Hacemos ofrendas de palmito, que todavía crece por acá.” En la antigüedad, me explica, el palmito servía como un símbolo de fertilidad, pero ahora se aplica a los emblemas cristianos. Los adornos, me dice, incluyen las tres figuras de los santos reyes en sus nichos sobre el altar mayor, dentro de la iglesia del exconvento. “Durante seis días un mayordomo de cada uno de los cinco distritos, por turno, ofrece una fiesta, lleva flores al templo y sacrifica una res para proveer al pueblo entero de un banquete. Tiene usted que regresar, para celebrar con nosotros.”

También, me explica, se celebran un jaripeo, la Danza de los Moros y Cristianos, y una presentación teatral del “Ángel Caído”, designado indistintamente Bezelbel, Belial, Mastemah, Lucifer y Satanás, que acontece dentro del atrio de la iglesia. Javier me observa mientras tomo nota de los nombres en mi cuaderno. Se asoma para ver si los escribí bien, mientras Miguel Ángel, con un polvorón en cada mano, se ha acomodado en un banquito en la esquina de la panadería.

Los festejos, dice Javier, aportan al éxito de la ocasión, para la cual los organizadores han laborado durante un año entero. Durante los otros once meses una cofradía, con custodia rotante, cuida las capillas de cada jurisdicción, y así ha sido la vida, sin más interrupción, a pesar de los temblores o las reparaciones a su hermoso monasterio, desde el siglo dieciséis.




V. El claustro


Cruzamos la plaza y buscamos a Tomás, quien todavía me espera en el parque. Ahora, guiados por Javier y Miguel Ángel, y fortificados con una bolsa de polvorones, obsequio de Amelia, ganamos acceso al extraordinario repertorio de imágenes bíblicas que decoran los muros de los niveles tanto altos como bajos del interior del claustro. “El arte es gobernado por la imaginación,” dijo Benedetto Croce, en la Florencia del Medioevo. “En la imagen – creada, interpretada-- se descubre su única riqueza.”

Las pinturas de Huatlatlauca habían sido restauradas varios años antes de nuestra llegada, pero de nuevo se habían desdibujado. Parecían dormidas y acabadas de despertar, dentro de un pálido y somnoliento espacio, de hecho pequeño, muy sacudido por repetidos temblores que evidentemente, al juzgar por el diseño de las columnas rechonchas y bajitas, desde el inicio de su construcción. Es una arquitectura pragmática, acomodada con sensatez a una realidad de la región.

Las figuras pintadas sobre los muros del nivel inferior, rodeadas por intrincadas guirnaldas de flores y las enormes y fantasiosas hojas de árboles imaginarios, incluyen a Santa Mónica, naturalmente, porque era la madre de San Agustín, pero abarcan también a San Nicolás de Tolentino, patrono de las almas del purgatorio (devoción de los agustinos recoletos), San Guillermo (el monje templario de Tolosa que ahuyentó a los musulmanes del sur de Francia), y una selección entre sus mártires desde el inicio de la orden agustina.

El friso, muy dañado, que forma la franja superior de la composición, abarca santos y apóstoles, enmarcados por medallones, y envueltos por plantas, pájaros, animales y ángeles, repetidos como el ritmo de una canción, una y otra vez, entrepuestos con el Ángel de la Muerte y los emblemáticos Siete Pecados Capitales, al igual que pastores compasivos, frailes benévolos, y un coro de eufóricos sacerdotes, todo ejecutado con gran ingenuidad y simbolismo, que nos va enseñando, señalando con su dedo, el pequeño hijo del cuidador

Más elaboradas, y mejor conservadas, son las cuatro pinturas adicionales que decoran los cuatro rincones del patio. Describen dos incidentes presumiblemente documentados durante la flagelación de Cristo, a más de la Crucifixión y la Resurrección, eventos fácilmente asociados en la mente de los indígenas con la transfiguración de sus deidades antiguas, que se crearon y se recrearon a voluntad – hombres-jaguares, mujeres-serpientes, reyes infantes descendidos de los dioses con el derecho al trono—ratificando así su divinidad y el privilegio de gobernar, mientras transforman los santos en el papel, señalado especialmente, de “deidades protectores”. Y así se edificó no sólo una misión evangelizadora, no únicamente una religión importada de tierras lejanas, sino un sincretismo, que se proyectó en el mestizaje.

La imposición católica a la cultura indígena, aunque destruyó edificios y transformó ídolos, desarrolló una síntesis pocas veces presenciada en la historia de las conquistas. En México se creó una cultura nueva, una vital compaginación mitológica, que evolucionó junto con una nueva raza, hasta que se borraron las distinciones entre uno y otro. Lo que existió, a la llegada de los españoles, no se abolió, sino que se convirtió en una narrativa, para hacerlo accesible, lo mismo en el siglo dieciséis como en la actualidad.

“¿Qué le parecen mis santos?” me pregunta Javier. “Yo llevo desde la edad de Miguel Ángel cuidando este claustro. Ayudé a los restauradores, incluso me dejaron pintar las flores. Cuando Hernán Cortés pasó por acá, dejó los frailes que fundaron la misión y desde entonces, nuestra gente ha pintado la historia de la fe. ¿Ustedes sabían que Cortés pasó por acá? Estamos en la mera ruta de su entrada al valle de Puebla, cuando venía con sus soldados y sus caballos, y le seguían los enemigos de los aztecas. Aunque hablamos su idioma, todos éramos enemigos de los aztecas. Cortés venía a liberarnos, y a traernos una nueva cultura. Ahora bien, ¿ya apuntó usted todo, en su cuaderno? Si algo le faltó puede verlo de nuevo, cuando regresan en enero para la fiesta.”




oOo

Cabo San Lucas, Baja California Sur, México. Taller de danza Clásica Y Contemporánea. Nin-Yo Dojo.



Durante el gobierno de Narciso Agúndez Montaño(2005-2011), teniendo la presidencia del municipio de Los Cabos el C. Luis Armando Díaz (2005-2008, actual Secretario General de Gobierno) y a la Profa. Tonantzin Puls como dirigente de la cultura del mismo municipio; estas eran las condiciones de la Casa de la Cultura de Cabo San Lucas. Condiciones en las que tenía que gestarse y desarrollarse no solo la danza, sino la educación y cultura de los ciudadanos de esta localidad. El piso además de estar en condiciones terribles se encontraba siempre muy sucio y con cucarachas bajo la duela de madera conviviendo y danzando con los menores. Es sabido por todos que la descentralización del arte y sus actividades es siempre pionera y difícil en este país, pero lo que resulta curioso es el proyecto cultural de Agúndez propuesto para la celebración del segundo bicentenario de independencia de México, es decir, el Pabellón Cultural de la República. Un costoso, ostentoso y amplio complejo en donde convergerían escuelas profesionales de arte con grandes escenarios y un museo enfocado a la biodiversidad. Hasta la fecha no ha empezado la construcción de dicho centro cultural, y las mejoras en el salón de danza (equipo de sonido, cambio de duela, aires acondicionados, tapetes de trabajo, limpieza.) se han logrado gracias al pedimento constante verbal y por oficio, acción que me ha valido todo tipo de calificativos por parte de autoridades y parias del arte que siempre circulan en torno al trabajo bien hecho de los profesionales.

Resulta también irónico las grandes cantidades de dinero que se gastaban en "eventos culturales", a través de los cuales las autoridades decían fomentar la educación y la cultura y que la institución de cultura, la columna vertebral de la cultura en Los Cabos (dicho por ellos) resulte en condiciones deplorables. ¿Pasará en otros estados de la República?

Taller: Danza Clásica y contemporánea 2

Dirección: Keops Guerrero. Nin-Yo Dojo.

http://keopsguerrero-nin-yo-dojo.blogspot.com/

NOTA. La niña que aparece de negro en el video curiosamente es sorda al 100%

miércoles, 22 de julio de 2009

Palma de Mallorca, España. No importa...Video.

Mi amiga Patricia Madero, aguerrida bailarina y coreógrafa regiomontana-cancunense me envió el link de este video que dice: No importa quién seas, cuanto conozcas, cuanto tengas, ni donde estes, algun día necesitaras a alguien.
El mundo es una Isla (decía Jack Cousteau) y México un oasis, si esto se puede hacer alrededor del planeta, lo que se podría hacer en México...
http://vimeo.com/moogaloop.swf?clip_id=2539741

martes, 21 de julio de 2009

Sólo con tu pareja: Amor + Histeria = Clásico de culto

Han transcurrido (aunque no lo parezca) casi 20 años de que se estrenó este filme mexicano que vino a cambiar muchos aspectos de escribir, hacer y ver cine en el país. Condenada al limbo del olvido por más de una década, Sólo con tu pareja, que en el interim alcanzó estatus de cinta de culto, ha sido resucitada por el DVD, que lo acerca ahora a nuevas generaciones de espectadores.

La cinta, ostensiblemente una comedia, marca el debut en largometraje de Alfonso Cuarón, que ya tenía en ese entonces una extensa carrera como director de televisión y de su hermano Carlos como guionista (repetirían mancuerna en Y tu mamá también, diez años más tarde), ambos asomándose a una cultura que había sido obviada en el cine mexicano de su momento – la clase media con aspiraciones, o bien, yuppies-, expuesta en celuloide con sanas dosis de humor, slapstick, sarcasmo y una desconcertante ternura.

La trama gira en torno a las aventuras y desventuras de Tomás Tomás (Daniel Giménez Cacho) un brillante creativo para una agencia publicitaria [“Chiles jalapeños caseros Gómez: p’a que soples cuando comes…”] que es un mujeriego compulsivo amén de un hipocondríaco empedernido. Vive en medio del decadente esplendor decimonónico de un edificio en la colonia Roma y como a Mike, el héroe del poema de e.e. cummings, le gustan todas las chicas: rubias, morenas, flacas, gordas… todas, excepto las verdes. Sus amigos y vecinos, casi beatos en su paciencia, son el doctor Mateo Mateos (el hoy desaparecido Luis de Icaza) y su esposa, Teresa de Teresa (una muy sui géneris Astrid Hadad), quienes fungen como una especie de coro griego para las correrías amorosas y hormonales de nuestro antihéroe. Las cosas se complican cuando aparecen en su vida, casi al mismo tiempo, dos mujeres: la seductora Silvia Silva (la irresistible Dobrina Liubomirova) y la celestial y semi-virginal Clarisa Negrete (una radiante Claudia Ramírez, en un rol hecho a la medida, ya que en esa época era pareja del director y, naturalmente, su musa). Ambas le cambiarán la jugada a este neurasténico donjuán, cuando aparezca también el muy real espectro del SIDA.

Si Sólo con tu pareja se hubiera filmado en los años 60, obviamente el tema del SIDA no sería tratado y posiblemente tocaría otro problema sexual, quizá más jocoso (¿enfermedad venérea? ¿parásitos imposibles de combatir?) y el protagonista hubiera sido encarnado por Mauricio Garcés, con alguna tentación curvilínea como Amadee Chabot o Jacqueline Voltaire haciéndola de la enfermera ardorosa mientras una núbil estrella de impecable linaje, como Julissa o Irma Lozano (nadie podía hacer señoritas virginales como ella) llevaría el papel de la joven sobrecargo que habita el apartamento de junto.

Por suerte, la sensibilidad de los 90 y las múltiples referencias que los hermanos Cuarón utilizan – se nota que son chavos que vieron películas de Robert Altman y leyeron con dedicación lo mismo a José Agustín, Carlos Fuentes y JD Salinger- hacen que el material trascienda su ligereza natural y le hable a toda una generación en su idioma, con imágenes muy emblemáticas (desde el Santo hasta Ultramán) y creando sus propias tomas icónicas – la secuencia de Claudia, poseedora de una serena hermosura, haciendo ante un espejo con sus brazos y manos las señales de toda flight attendant para mostrar las salidas de emergencia de un vuelo, mientras Tomás la espía, enamorado, desde el balcón, tal y como, con algo parecido a la adoración, la capta la lente de Emmanuel “El Chivo” Lubezki, queda para la posteridad- para trascender de lo meramente pasable a convertirse en un pequeño clásico que hace al corazón pegar volteretas de puro gusto nada más aparecer en pantalla.

Con su frescor, ritmo y descaro, Sólo con tu pareja marcó un hito para un público fastidiado de que el cine mexicano comercial estuviera saturado de comedias baratas y vulgares, que volvió por fin a las salas a pagar boleto por ver una película de factura nacional y si bien fue todo un éxito a nivel local, aunque no trascendió las fronteras, aunque esto no detuvo a Cuarón, quien finalmente se arriesgó a dar un salto mortal sin red de protección y contando solamente con la anuencia del estadounidense Sydney Pollack – que es confeso admirador de la cinta-, se trasladó a Los Ángeles, donde dirigió un episodio de la serie de TV Fallen Angels y posteriormente, obtuvo la oportunidad de crear su segundo largometraje en la cinta La Princesita, donde nuevamente en mancuerna con Lubezki, pudo explorar sus inquietudes visuales como ojo detrás de la cámara, para contar una enternecedora y clásica historia basada en un libro de Frances Hodgson-Burnett.

Cuarón ha logrado trascender como un director muy particular en su elección de temas y proyectos; lo mismo logró un gran éxito de taquilla con la tercera película en la saga de Harry Potter (espléndida para ser una película de encargo) que despertó un cariño entrañable en algunos círculos por su versión de Grandes Esperanzas (principalmente por el excepcional trabajo que obtiene de Anne Bancroft y Gwyneth Paltrow, la banda sonora y la extraordinaria dirección de arte, toda en una gama de verdes, que asemeja un lienzo con vida). Su más reciente trabajo, la sublime e inquietante distopia Children of Men, con actuaciones de primera a cargo de Clive Owen, Julianne Moore y Michael Caine, lo coloca en un nivel más alejado de las complacencias comerciales de Hollywood – de las cuales su antecesor, Luis Mandoki, no pudo eludirse- y más cercano al llamado cinema de autor. Actualmente avecindado en Londres, Inglaterra, Cuarón es mucho más que la promesa hecha por su primer filme, sin embargo, éste existe para recordarnos que su voz tan distintiva para narrar, se dejó oír por primera vez en la convulsa megalópolis que es la Ciudad de México y que en ella logró dejar una huella que permanece indeleble, pese al paso del tiempo.

Palma de Mallorca, España. La hormiga y la cigarra. Autor desconocido.

A principios de este año, una de mis mejores amigas que vivía en Oaxaca me envió este mail un tanto lúdico, y apelando a la democracia lo expongo de igual manera para que cada quien saque sus conclusiones(valga la redundancia).

DOS VERSIONES, DE LA MISMA HISTORIA VERSIÓN CLÁSICA- La hormiga trabaja a brazo partido todo el verano bajo un calor aplastante.- Construye su casa y se aprovisiona de víveres para el invierno.- La cigarra piensa que la hormiga es tonta y se pasa el verano riendo, bailando y jugando.- Cuando llega el invierno, la hormiga se refugia en su casita donde tiene todo lo que le hace falta hasta la primavera.- La cigarra, tiritando, sin comida y sin cobijo, muere de frío.
VERSIÓN MEXICANA:La hormiga trabaja a brazo partido todo el verano bajo un calor aplastante.Construye su casa y se aprovisiona de víveres para el invierno.La cigarra piensa que la hormiga es tonta y se pasa el verano riendo, bailando y jugando.Cuando llega el invierno, la hormiga se refugia en su casita donde tiene todo lo que le hace falta hasta la primavera.La cigarra, tiritando, organiza una rueda de prensa en la que se pregunta por qué la hormiga tiene derecho a vivienda y comida, cuando hay otros, con menos suerte que ella, que tienen frío y hambre.La televisión organiza un programa en vivo en el que la cigarra sale pasando frío y calamidades, y a la vez muestran extractos del video de la hormiga bien calientita en su casa y con la mesa llena de comida.Todo mundo se sorprende de que en un país próspero como el suyo dejen sufrir a la pobre cigarra mientras hay otros que viven en la abundancia.Las asociaciones contra la pobreza, la APPO,la Sección 22 y la Comisión de Derechos Humanos se manifiestan delante de la casa de la hormiga y la pintarrajean.Los periodistas organizan una serie de artículos en los que cuestionan cómo la hormiga se ha enriquecido a espaldas de la cigarra... e instan al público a opinar en sus encuestas telefónicas y on line, a través de una mañosa pregunta donde tienen qué escoger si son partidarios de la igualdad o de la discriminación. ( Como la 'egoísta e insensible hormiga')Respondiendo a las encuestas de opinión, el congreso se pronuncia por una Ley sobre la igualdad económica y una Ley Anti-discriminación.Los impuestos a la hormiga son elevados notoriamente y por si fuera poco, se le asigna una altísima multa porque no se hizo cargo de la cigarra, en el invierno.La hormiga decepcionada, empaca y termina por irse a otro país, donde su esfuerzo sea reconocido y pueda disfrutar libremente de los frutos de su trabajo... donde no se le juzgue ni se le castigue, cuando tenga éxito. La antigua casa de la hormiga se convierte en albergue social para cigarras que esperan a que alguien llegue a donarles el alimento y los recursos para sobrevivir dignamente.Al gobierno se le reprocha no poner los medios necesarios. Los partidos proponen una comisión de investigación pluripartidista, que costará 100 millones de pesos.Entretanto la cigarra muere de una sobredosis de holganza, comida y cerveza. Los medios de comunicación comentan el fracaso del gobierno para corregir las desigualdades sociales y la injusticia económica..La casa termina siendo ocupada por una banda de arañas inmigrantes. CUALQUIER SEMEJANZA CON ALGUNA REALIDAD EN NUESTRO PAÍS, DESDE LUEGO, ES .......................... la pura y real verdad...

Cancún Quintana Roo/ Daniela Palacios





Daniela Palacios tiene un pacto con la seducción y el erotismo, con ellos, recrea los mitos colocando tesituras transversales en el color y en la condición humana. Los trazos de Daniela reconocen al reposo como una sustancia vital en la que subyace un movimiento constante y, en sus silencios, habitan verdades que prescinden del discurso.

 

Daniela estudia las palabras como signos e interioriza el asombro, más tarde lo cuestiona y lo suspende en cuerpos y formas, ella, al igual que la sangre o la existencia, circula en el ámbito de lo sagrado. La sexualidad transfigurada en arte se vuelve erotismo y la obra de Palacios nos ofrece un escenario plástico donde las líneas de los cuerpos transgreden la forma y rozan los límites de lo tangible.


Daniela Palacios tiene un pacto con la seducción y el erotismo, con ellos, recrea los mitos colocando tesituras transversales en el color y en la condición humana. Los trazos de Daniela reconocen al reposo como una sustancia vital en la que subyace un movimiento constante y, en sus silencios, habitan verdades que prescinden del discurso.

 

Daniela estudia las palabras como signos e interioriza el asombro, más tarde lo cuestiona y lo suspende en cuerpos y formas, ella, al igual que la sangre o la existencia, circula en el ámbito de lo sagrado. La sexualidad transfigurada en arte se vuelve erotismo y la obra de Palacios nos ofrece un escenario plástico donde las líneas de los cuerpos transgreden la forma y rozan los límites de lo tangible.


Ahora Palacios explora aquellas fragmentaciones plásticas que concilian los orígenes con los deseos profundos, en su búsqueda, lo sutil y lo bello se ubican en primer plano, la selva se deconstruye, los cuerpos desnudos reposan en las veladuras y nos observan rendidos frente a una verdad primigenia que recorre los senderos del absoluto. Es entonces cuando Adán y Eva aparecen ensoñando, intentando, se desplazan por la otredad, encuentran en el lienzo un intersticio por el que arriban a nuestras realidades y concluyen que es prudente mantener los ojos cerrados para vernos completamente.



Y es que dirigirse a la esencia, a lo sutil y a lo bello, significa también realizar un viaje y Daniela ha debido negociar con el viento y con la lluvia para procurar otro destino a las semillas que estacionalmente nos recuerdan la fugacidad y la permanencia del instante. En su obra de peregrinación, me queda claro que la semilla y la piedra se encontraban en el cuadro mucho antes de iniciar el primer trazo y al unirse a la intención creadora de Palacios, los colores cubrieron el espacio y la otredad nos otorgó la imagen.

 


 





La pintura de Daniela Palacios es una ventana a un espacio inacabado, a un tiempo suspendidoen el lenguaje corporal y en las expresiones vitales


Claudio Obregón Clairin.

Oaxaca, Oaxaca. Entre la impunidad y la dignidad.

Envío este video que me llegó a traves de una amiga de tijuana. ¿Quién es culpable? ¿Quién dice la verdad? Lo cierto es que los hechos están sobre la mesa y cada quién es libre de sacar sus propias conclusiones.
Entre la impunidad y la dignidad: el caso
del compañero Emeterio Marino Cruz

El 16 de julio del 2007, en el transcurso de la segunda Guelaguetza
Popular, surgen enfrentamientos entre elementos policiacos y
participiantes del movimiento social. El compañero Emeterio es
brutalmente golpeado y secuestrado por represantes del Estado. Es
torturado bajo la supervision de altos mandos y dejado por muerto en la
calle. A dos años de los brutales acontecimientos, sigue la impunidad en
Oaxaca, pero tambien la dignidad. Este es la historia de este compañero
digno y de su lucha por alcanzar la justicia.


Entre la impunidad y la dignidad: El caso del compañero Emeterio Marino Cruz from Chapulin encapuchado on Vimeo.

lunes, 20 de julio de 2009

Cancún Quintana Roo/ Artistas Cancunenses Chak

,

Una reseña de Chak puede ser consultada en:

http://literaturaymundomaya.blogspot.com  en la edición del sábado 20 de Junio 2009

Cabo San Lucas, BCS. México. "Cultura y danza en Los Cabos". Artículo enviado a el periódico El Peninsular, mas no publicado en abril de 2009.

Cultura y Danza en Los Cabos (Nepotismo y Compadrazgo).
El viernes pasado el director de cultura municipal, en un discurso un tanto ilegible y confuso presentó un evento de danza contemporánea denominado “Perro Azul”, trabajo coreográfico becado por el FESCA (Fondo estatal para la cultura y las artes) a través del estado de Baja California Sur, a cargo de su directora y coreógrafa Fabiola García, de la cual, el director municipal de cultura mencionó haber estudiado en los mejores lugares y haberse preparado debidamente en su área de trabajo, la danza contemporánea; haber sido la “embajadora de la cultura de Los Cabos” en el exterior, en países tan lejanos (y pobres) como Bulgaria, de la cual dijo ser además una excelente colaboradora y “aliada” de la dependencia de cultura de esta décima administración fungiendo como coreógrafa oficial del primer montaje que estará haciéndose de manera formal en el municipio de Los Cabos, Baja California Sur, “Jesucristo Súper Estrella”.
De haber leído el currículo de la mencionada directora con anterioridad, o simplemente el programa de mano que se repartió a la entrada del evento, el actual funcionario de cultura se habría dado cuenta que la C. Fabiola García egresó de un CEDART con especialidad en danza, es decir, egresó con un perfil de bachillerato, semiprofesional.
A la C. Fabiola García se le otorgó un apoyo de aproximadamente 20, 000 pesos 00/100 MN para asistir a Bulgaria (país de donde es originario su pareja) a un festival de danza a través del presidente municipal, el C. Oscar René Núñez, pero… ¿Para qué? Y además ¿Cuáles son los lazos políticos, sociales, económicos o culturales que tenemos con aquel lejano país?, ¿En que nos identifica?, ¿Cómo repercutirá en la sociedad cabeña?, ¿O es que se está favoreciendo claramente a los colaboradores y aliados?, Como él lo mencionó públicamente.
Pero lo que hace más evidente el discurso falaz de nuestro director de cultura municipal es la calidad de la obra en sí a la que tuvimos acceso. La directora trató de salvar su falta de creatividad y profesionalismo titulando a su proyecto de danza “gente que baila”, justificando así el uso de personas comunes y corrientes, que no son bailarines, para presentar un trabajo seleccionado dentro de la categoría “Creadores con trayectoria’, con el argumento de acercar a la gente común y corriente a una experiencia real en foro, tal como los profesionales, pero el problema es que no lo son, por lo tanto, el trabajo que se presentó tampoco lo es.
Todo mundo tiene derecho a expresarse, ¡Sí¡, pero las cosas tienen nombre y lugar, y debe de ser así porque de lo contrario confundimos al espectador y lejos de acercarlo a una experiencia artística gratificante, reconfortante y verdadera, lo alejamos para siempre de cualquier manifestación del arte porque les resulta tedioso, confuso y aburrido, por lo que el departamento de cultura tiene que tener la capacidad de discernir entre un trabajo amateur, uno profesional y uno mediocre, y aquí citaré a Vincent Van Gogh (1853-1890), famoso pintor neerlandés que citaba “…La mediocridad es peor y más peligrosa que lo malo porque a veces puede pasar por bueno…”
Los Cabos es un municipio que día a día transmuta y crece, pero debemos de tener cuidado porque la palabra crecimiento no siempre significa evolución, también puede derivar en expansión e invasión. La historia nos ha enseñado que una sociedad que avanza y se moderniza, y que fluyen a través de ella bienes económicos y materiales, conlleva en su antagónico una ola de problemas y cánceres sociales que de no ser detectados y atendidos a tiempo, derivarán en caos, y la cultura es la consciencia social, moral y espiritual que nos puede dar luz y claridad, ante las diversas problemáticas que nos puedan abatir. Realicemos entonces con actitud, sapiencia y profesionalismo la parte que nos corresponde a artistas e institución.

KEOPS GUERRERO
BAILARÍN, MAESTRO Y COREÓGRAFO.

Cabo San Lucas, BCS. México-"Cultura Cabeña", publicado en el periódico el Tribuna de Los Cabos el 22/03/09 por Keops Guerrero

Cultura y Danza en Los Cabos.
De acuerdo con la Real Academia Española, cultura quiere decir conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grados de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc. Conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo.
Desde la administración del trienio pasado, la dirección municipal de cultura a cargo de la profesora Tonantzin Puls, se dedicó a contratar eventos artísticos con presupuestos muy elevados de honorarios, así como viáticos y servicios de iluminación y sonido, con costos también elevadísimos; pero la mayoría de estos programas no permitían ni desarrollar el juicio crítico de los pobladores de este municipio y tampoco expresaban nuestra idiosincrasia y tradición.
Sin embargo, hubo gestiones interesantes dentro de la cultura como la inversión de diez millones de pesos para el teatro del pueblo “Miguel Lomelí Ceseña”, esto, dicho por el propio gobernador Agúndez el día de la colocación de la primer piedra de este foro; los miércoles de cineclub; la inserción del festival cervantino en San José y San Lucas; El pago de honorarios a artistas locales; Las exitosas noches de plenilunio en Cabo San Lucas realizadas por Conchita Cabrera y Jorge Chávez , entre otros; se vislumbraba un camino si bien lleno de conflictos, también con un desarrollo al menos a la vista del pueblo.
A casi un año (no cien días) de trabajo, la actual administración, representada por el Licenciado en Derecho Alan Castro, evidentemente tampoco ha realizado una labor congruente con el significado y la esencia de lo que la palabra cultura envuelve. Existe una gran diferencia entre arte, expresiones artísticas y entretenimiento, y esta última, la que debería ocupar el último lugar dentro de las prioridades culturales, resulta que es la primera. Primero fueron las noches de Broadway, después Christmas Broadway, Lazos (the magical musical of Broadway) y culminaremos con High lights, la puesta en escena de la comedia musical “Jesucristo Súper estrella”.
Broadway no nos representa, no nos identifica, y mucho menos crea en nosotros un juicio crítico, analítico y reflexivo, satisface solo al director de cultura y a sus amigos artistas, esto declarado por el mismo, micrófono en mano en el teatro del pueblo. Tal vez lo que sucede es que el señor director tan solo nos quiere entretener.
Esta administración no cuenta con un plan de gestión cultural, tampoco con propuestas reales y creativas y mucho menos económicas para alentar a los artistas locales y profesionales no solo a expresarse, sino también a dignificar nuestro entorno, brindándoles las condiciones óptimas de trabajo para la realización de sus presentaciones. El teatro está cada vez menos equipado. No hay una comunicación entre San José y Cabo San Lucas, etc; etc.
En la mayoría de los eventos de confrontación social y que tienen que ver con cultura, se oye gritar por ahí: ¡Los Cabeños si tenemos cultura!, ¿Cuál?, si tenemos la cultura de las ballenas (botellas de más de un litro de cerveza), pero no las que nos visitan en febrero y marzo.
Es increíble que para las fiestas del pueblo se paguen miles y miles de pesos para traer a “Las Nacas” (personajes televisivos), o a Paquita la del barrio, y no haya ni un recurso para pagar una temporada de danza o de teatro local.
La única luz de esperanza que tenemos los artistas, es que nuestro actual presidente municipal se ha mostrado interesado y preocupado por resolver los problemas tan graves e importantes que a cultura corresponden, pero no ha sido suficiente, uno solo no puede hacer el cambio, se debe rodear de un equipo de trabajo profesional, capacitado, visionario y sobre todo que le asegure que van a cumplir sus objetivos y compromisos para con nosotros, los ciudadanos que los elegimos como nuestros representantes. De no ser así el discurso democrático que ha caracterizado a este gobierno comenzará a tornarse demagógico, y entonces seguiremos yendo marcha atrás, entonces lejos de ser un ejemplo social y de vida nos llenaremos de vergüenza y a nuestras futuras generaciones, recordemos por favor que una sociedad sin cultura está destinada al fracaso.

KEOPS GUERRERO
BAILARÍN, MAESTRO Y COREÓGRAFO.

domingo, 19 de julio de 2009

Cancún Quintana Roo/ Pulso Cultural

Nace una nueva Compañía de Teatro en Cancún, estrenan la obra "No hay ladrón que por bien no venga" de Dario Fo. Dirección, Gina Saldaña. Miércoles 22 y 29 de Julio, 9. pm en Av Yaxchilán # 31 Super Manzana 22, altos hotel Xbalanqué. 




Hoy domingo, a las 12:00hrs y en el Restaurante Pavo Real, anexo a la Galería Amarte, en Km 51 de la Carretera 307 Solidaridad (Cancún-Playa del Carmen), los integrantes de la Escuela de Piano Marcela Battaglia presentaron el concierto de Clausura integrado por obras de Bethoven, Bach, Armegnol, Heller, Braga, Shubert, Chopin, Albinoni Clementi, Diabelli y Mozart entre otros grandes de la música universal.





Ayer Sábado, 8:30 am, Lilia Arellano invitó a un grupo de artistas cancunenses a su programa "Estado de los Estados" para platicar sobre la importancia de la Cultura en el desarrollo de nuestra sociedad, se transmite nuevamente en el Canal 10 de Cablemás en Quintana Roo y también por Sky en el Sureste Mexicano, el martes 21 y Jueves 23 a las 19:00hrs.

Luis Fernando Camborio

CAPÍTULO VII: LUIS FERNANDO CAMBORIO
por Carol Miller (extracto de "México Mío", en libro en proceso)



Nació en La Mancha, una región ubicada sobre aquellas llanuras yermas de Castilla, normalmente identificadas con el Don Quijote de Cervantes.

Y, al igual que el personaje monomaniático de Cervantes, Luís Fernando Camborio (un nombre ficticio para fines de este relato) dedicó su vida a una causa desesperanzada.

La Guerra Civil, por la oleada de refugiados obligados a abandonar su país, su familia y su hogar por su causa, incluso hasta la fecha conocida en España simplemente como “la guerra”, de alguna manera, aunque pertenecía al pasado, para Camborio persistía en el presente, y dominaba su existencia, al igual que las profecías pronunciadas desde su cómoda morada en México, a mediados de los años setenta: (Franco va a caer, Franco va a morir, Franco va a ser remplazado, Franco mágicamente va a desaparecer). Así logró perfeccionar la valentía definida en el exilio, a más de una desgastada percepción de amor por la madre patria aumentada en el placer de la memoria, de manera que convergieron, para proveer a Camborio de un tema permanente de conversación, con una tristeza eterna, aunado a la sensación, más bien consigna, de haber vivido, y perdido, un compromiso con la historia.

Mientras tanto, su diminuta y poco distinguida figura ya encorvada, los surcos aumentándose en su rostro siempre patético, Camborio fue conservado como una reliquia—un ídolo que se respeta como emblema de un culto-- por su círculo de amistades, y señalado (con orgullo) como testigo de un evento tan lejano como hubiese sido la caída de Constantinopla o la ejecución de Maximiliano: algo vago, fenómeno de un pasado desdibujado, como una cátedra que trata de una historia ya no relevante.

Así pasaron los años, Camborio en la contemplación de su esposa y sus hijos, para él una realidad relativa, revelada más bien mediante el reflejo archivado en sus recortes y escritos, sus documentos y testimonios, ya amarillentos, hechos perecederos por el tiempo, y las fotografías que se habían desmoronado, pero que le ayudaban a cultivar sus reminiscencias alrededor de una paella, junto a su alberca en Cuernavaca, ciudad – para él inculta, banal, aburrida-- que le agradaba más que nada por lo benévolo de su clima.

Durante los años de la Guerra Civil, por tanto, desde 1936 hasta 1939, incluso durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, cuando hasta 1942 seguían arribando al puerto de Veracruz los exiliados españoles todavía refugiados en Francia o Marruecos, decenas de miles de desamparados descubrieron la simpatía, y la irrestricta –aunque no enteramente altruista—hospitalidad de México, que alentó un Gobierno en el Exilio, con el cual se mantuvieron relaciones pese a las presiones internacionales que inexplicablemente –incluso los más democráticos entre ellos—habían pactado la diplomacia ortodoxa con Franco.

México había sido generoso con los refugiados españoles. La postura oficial, pilar de la política exterior del país – no-intervención, auto-determinación para todos los pueblos—se reforzó cuando se estableció una postura que duró cuarenta años, hasta la muerte del dictador el veinte de noviembre de 1975, en cuyo momento se instituyó de nuevo en España la monarquía y se restablecieron las relaciones diplomáticas convencionales.

°°°

Aunque la atracción intelectual, étnica y social del español hacia México era natural, con quinientos años de antecedencia histórica, México en sí, a nivel popular, tendía a una dicotomía que fluctuaba entre la xenofilia y la xenofobia. Niños, desde su infancia, fueron inculcados en contra de los “gachupines”, aquellos españoles que llegaron a conquistar, colonizar y subyugar “un pueblo orgulloso”, y que habían aportado, en parte involuntariamente, a la formación de una nueva raza, una raza mestiza, es decir, mezclada, que abarcaba un panorama de frustraciones y complejidades, tanto morales como emocionales.

En España, sin embargo, durante los siglos de intenso compromiso intelectual y político, que por fin, me dice Camborio, se comprometieron a los ideales y en su ideología a los cuestionamientos europeos de los años treinta --y esas aplicadas a las posturas internas de un país en busca de una identidad en el siglo veinte-- poca gente, entre ella Camborio, dedicaba excepto un interés pasajero en México, que estaba viviendo su propia transformación política y social a partir de la revolución.

“Me habían platicado del general, luego presidente, Calles,” me explicó, “y tuve que admirar su postura anti-clerical, ya que España tradicionalmente vivía bajo el yugo de la Iglesia Católica, por tanto se había considerado como ‘atrasada’, y completamente aislada. ‘Europa comienza a partir de los Pirineos,’ se decía. Cuando llegamos a principios del siglo veinte vivimos un conflicto terrible, entre el clero y las fuerzas de la reacción por un lado y la apertura hacia los principios del socialismo por el otro. Quedamos apretados entre los intereses políticos internacionales y el balance del poder en Europa. Acabamos como campo de prueba para todo el armamento que finalmente emergería en la Segunda Guerra Mundial. Éramos títeres, nada más, como siempre, ante el capricho de todos los movimientos. Claro está, en aquel entonces, los adeptos de cada tendencia creían fervientemente en la validez de su causa, pero hubo una gran desunión dentro de la izquierda, que la condenó a la derrota. Al parecer, todo el siglo veinte ha sido una prueba de armas, frente al desgaste de los valores humanitarios. Y, ¿México? Nosotros sólo escuchábamos los rumores y las anécdotas, de la sublevación que pretendía cambiar la historia, y que acabó en militares corruptos, y la traición de los ideales de la revolución. En todo caso, para nosotros, México era un nombre vago, allá al otro lado del mar, que fácilmente se confundía con Argentina, o Venezuela, o Brasil, o tal vez Costa Rica, que nos dijeron era culto y civilizado. ‘América’ era un término indefinido. No nos habíamos hecho conscientes de un vasto continente, en realidad dos continentes, en donde cualquiera de sus territorios importantes excedía en tamaño por mucho al conjunto de toda Europa.”

Camborio, en aquel entonces un joven apasionado, deseoso de cambiar el mundo, se involucró en el movimiento estudiantil. Colaboró como articulista en varias publicaciones liberales. “No tenía nada que ver con el comunismo,” me dice. “Quizás ahora el mundo lo entiende, y se avergüenza de habernos abandonado. En aquel entonces, sin embargo, lo liberal equivalía a lo radical, y cualquier tendencia de izquierda se asociaba con la nueva Unión Soviética, apenas viviendo un proceso de definición en sus valores y consolidación en su revolución. La psicosis anti-comunista, a la luz de la historia, no fue más que un artefacto político, alentado por la ultra-derecha: la Iglesia y los terratenientes que temían por lo que podrían perder. El mundo, sin embargo, estaba cambiando. Fuimos el instrumento del cambio, pero también fuimos las víctimas de un inevitable proceso histórico, que se nos salió de las manos.”

En aquel entonces la mayoría de los españoles, según Camborio, tenían fama de ser insulares. “Se hicieron notorios por su carencia de destreza lingüística, y llevaban un largo legado de indiferencia ante los cambios más allá de sus fronteras. Al menos que se alejaran de España en busca de trabajo, vivían encerrados en su incultura, en su escasa o deficiente educación, en lo limitado y limitante de sus costumbres y tradiciones.” Camborio fue, tal vez, la excepción. Se expresaba con ánimo y furia, respecto a los asuntos que le irritaban.

“Fueron los ingleses los culpables,” insistía Camborio. “Los británicos siempre a la rapiña. Primero, por su avaricia, traicionaron a la familia Romanoff. Fueron históricamente ciegos. Luego permitieron que Hitler se encumbrara, como amortiguador en contra de los bolcheviques. Y, ¿Palestina? Usaron Israel, y la avidez judía por obtener un país propio, como amortiguador en contra de los árabes. Sólo querían el petróleo. No nos podemos olvidar del petróleo. Entonces, ¿qué teníamos nosotros, en España, que tanto aspiraban a dominar? ¿Fomentaron, acaso, nuestra lucha interna, con tal de quedarse con Gibraltar? ¿Tanto por tan poco?”

La lucha fue una infusión que tardó mucho en concentrarse, me explica Camborio, en definirse como color y sabor, en manifestarse como producto de huelgas, protestas, manifestaciones, represiones obreras y estudiantiles, golpes de estado y la abdicación del rey. Finalmente brotó en 1936. “En una guerra civil el enemigo se encuentra adentro. ¿Cómo haces la distinción entre un ‘patriota’ y un ‘terrorista’? Se vuelve invisible la línea de fuego. Si acaso, pasa solamente por los corazones de los hombres. Nadie nos invadió. Nadie nos amenazó. No percibimos ningún uniforme enemigo descender sobre nosotros. Fuimos nosotros mismos. Todo fue tan absurdo. No podíamos creer lo que ocurría. En aquel entonces, hablando entre nosotros, nos dijimos ‘es apenas el principio. Se está preparando el escenario para el teatro que sigue, para los eventos que transformarán los países de Occidente. Se resolverá la lucha de clases durante el resto del siglo.

“Nosotros, además, estábamos en lo legal. La república fue democráticamente elegida. Éramos el gobierno legítimo en España. Y nadie nos ayudó. Los países supuestamente democráticos nos dieron la espalda. Sólo llegaron unos jóvenes idealistas de Estados Unidos, en oposición a su gobierno, que luego mostró su gratitud en las investigaciones del comité de McCarthy, marcándolos con el sello de la traición y la vergüenza. Mientras tanto, el mundo armó a los fascistas y muy entretenido, como espectador frente a una comedia de la vida real, nos contempló en nuestra miseria. España, ¿qué era? Una larga historia de discordia interna, torpeza política, caos económico. Fuimos siempre los iconoclastas de Europa, pero paupérrimos, que mandamos nuestros hijos y hermanos y primos a trabajar en otros países porque en casa no encontraban ni trabajo ni comida. Éramos un desastre. ¿A quién le importaba sacrificar un desastre en el altar de la política?”

Camborio conoció una mujer tan involucrada como fue él mismo en las causas de la reforma. Se enamoraron perdidamente, y su pasión se alimentó en el furor de los eventos que transcurrían a su alrededor. Se casaron. Muchas veces sus respetivos asuntos los separaban. Ella colaboraba en la publicación y distribución de material escrito – “Llámalo información o propaganda, pero así fue”—y él hacía varios viajes a los Pirineos para ayudar a aquellos republicanos en la lista de los más buscados. “Arreglaba sus papeles aunque fueran falsificados, compraba armas, trataba de importar medicinas para los heridos.” Mientras tanto, la pareja vivía su idilio marital, lo que Camborio definía como “una existencia comprometida”.

En una ocasión sus hermanos de armas lo enviaron a Barcelona. Le encomendaron un grupo de jóvenes intelectuales que el gobierno había consignado a campos de concentración en Francia. Tenía que interceptar la acción. Se enteró que su propio nombre aparecía en la misma lista. De hecho, todos estaban destinados al paredón. “Abordé un barco, viejo y oxidado, con destino a Marsella. Era el único barco que podíamos conseguir. Antes de que zarpara me enteré del arresto de mi esposa. Me quise bajar para ir a buscarla. Mis compañeros no me dejaron. Me advirtieron que la noticia era falsa. Era un intento de interferir con mi misión y lograr que regresara a Madrid, para arrestarme también. Si es que a ella la tenían confinada, fue precisamente por cargos relacionados con mis propias actividades, pero a ella, en lo personal, no le iban a hacer nada. Mis compañeros me convencieron que no había nada que pudiese hacer por ella. Al desaparecer yo del escenario, la dejarían en libertad. Mejor salvar la crema y nata del joven idealismo de España y sacar estos chavales de la línea de fuego. Más adelante serían más útiles. Me insistieron. Me rogaron. Les hice caso.”

Recorrieron el bloqueo entre Barcelona y Marsella. Ya, dentro de territorio francés, indagó Camborio por el paradero de su esposa. “Fue un bombardeo de versiones contradictorias. Ella fue sometida a la tortura. No, no era cierto, estaba bien. No, falso, estaba muerta. Tampoco: estaba viva pero enferma. Falso nuevamente: los franquistas la habían soltado a la libertad. No, finalmente fue confirmado. Estaba muerta. Murió bajo tortura en una prisión fascista.”

El barco, bajo amenaza de ataque por submarinos enemigos, atravesó a oscuras el Mediterráneo, hasta llegar a Casablanca. “Todo el mundo, yo entre ellos, estábamos aterrados. Hombres fuertes, veteranos de muchas batallas, se desmayaban de miedo. ¿Llegaríamos a Nordáfrica? Finalmente atracamos, y con la ayuda de la Resistencia nos abastecimos con combustible y víveres, y luego a cruzar el Atlántico. El agua se metía al barco, se descompusieron los motores, sobrevivimos tormentas en alta mar, pero en momentos podíamos conversar, escribir, hacer planes.”

Tardaron veintinueve días en la travesía. Por fin arribaron a Santo Domingo pero inmediatamente fueron alejados del puerto, entonces conocido como Ciudad Trujillo. Sus aliados les tenían preparado un campamento en medio de la selva. “Tuvimos que construir. Hicimos nuestras viviendas, una escuela, una casa que nos servía de centro comunitario. Plantamos cosechas. Siempre me ha gustado la arquitectura y el diseño,” se recordó, “y todo aquello me sirvió de experiencia.”

Conoció una joven, una catalana que se había escapado con ellos desde Barcelona. Se enamoró de ella y se casaron. Nació su hija y permanecieron durante dos años en la República Dominicana, hasta que les llegó la noticia del descontento del dictador Trujillo con su presencia “inconveniente”.

“Yo creo,” me dice Camborio, “que en un principio nos vieron como sangre nueva. Nos recibió una población pequeña, prieta, y nos describieron como los ‘blanqueadores’ de la raza. Con el tiempo, puesto que nos confinamos a nuestra comunidad y no nos mezclamos con los nativos, el dictador tal vez temía represalias de los Estados Unidos, del cual dependía para sostener su posición, a la cabeza de un gobierno ilegal y abusivo. Todavía faltaban décadas para que ‘los derechos humanos’ se volviesen un asunto noticioso, pero siempre persistía la presencia incómoda de todos esos refugiados, con una política diferente a la suya, y los protocolos de Ginebra que supuestamente regían su trato. Una vez que iniciamos la circulación de nuestro propio periódico, aunque fue escrito a mano, el dictador se puso nervioso.”

Camborio, con su nueva esposa, su hija y una selección entre los refugiados, se trasladaron a Cuba, para encontrarse con otros exiliados. “Fulgencio Batista, con el tiempo, se reveló como un dictador de la estirpe de Trujillo, pero inicialmente nos recibió con calidez y hospitalidad. Nuestros números incluían a importantes intelectuales, aquellos que habían sobrevivido la guerra. Claro está, Lorca ya se había muerto. Otros muchos también perecieron. Pero nosotros, los sobrevivientes, pasamos tiempos memorables, con bastante ron caribeño y todos nuestros recuerdos. Hemingway, naturalmente, fue una fuerte influencia, en el centro de nuestros rangos. Tenía una personalidad tan recia. ‘Ernesto,’ le decía, ‘te rajaste. Buscaste el camino fácil. Te uniste a nosotros y luego nos dejaste.’ Me dio la razón. Era un cobarde, toda su vida. Hasta su muerte fue una cobardía. Le dije, ‘Oye Ernesto, aquel libro tuyo, ¿Para quién doblan las campanas? También es una falsedad.’ Nos explicó que su casa editorial exigía una moderación. Tuvo que ensuavizar el enfoque político. Quizás. Yo creo que no más era un cobarde.”

Todos los liberales de La Habana participaban en aquellas veladas. “Incluso, contamos durante un tiempo con Fidel Castro, hasta que decidió que le convenía más estar por otro lado.”

Los Camborio tuvieron otro bebé, esta vez un varón. “Éramos una buena pareja,” me dice. “Estábamos muy enamorados. Nos acomodamos bien con nuestros dos hermosos hijos. Teníamos la vida por delante y muchas ilusiones.”

Cuando Cuba se volvió incómodo y su presencia un problema político, se trasladaron de nuevo, ahora a México, ya para esas fechas una leyenda en sus vidas. “La tierra de la libertad,” me dijo. “Según todas las versiones que escuchamos, México era lo que habíamos soñado. Una nación de libre expresión, libre empresa, libre pensamiento, sin intromisión de la Iglesia en los asuntos de los pintores y escritores. Podíamos escribir lo que quisiéramos, y nos sentimos a gusto, pero en el fondo siempre pensamos que algún día iríamos a casa, de regreso a España. Conocí mucha gente en México. Tuve muchas oportunidades. Si no las aproveché es en parte porque no tengo una buena cabeza para los negocios pero en el fondo no quería sembrar raíces demasiado profundas, porque a lo mejor, en cualquier momento, me iba del país.”

Le ofrecieron los contratistas mexicanos grandes proyectos para edificar desarrollos residenciales y torres de oficinas. Eran los prósperos años sesenta, luego principios de los setenta. “No tenía caso,” Camborio les decía. “Dentro de poco me regreso a España.” Pasaron los años. Nació su tercer bebé, otra niña. Ni él ni su esposa querían adquirir en exceso, ni ropa ni muebles. Su vida social se confinaba a sus relaciones con otros refugiados, para tener con quien conmiserar, y sus hijos asistían a escuelas españolas, donde encontraron una causa común con otros niños criados en el exilio. “Ya es el final de Franco. Pronto irémos a casa.”

Un día llegó la noticia. En el fondo siempre lo sabía. Lo intuía. “Era telepatía,” me decía, “o era mi anhelo. De alguna manera me latía.” Su primera esposa vivía aún. No solo eso: había llegado a México. Se encontraba hospedada con amigos mutuos, también refugiados, en un modesto departamento de un edificio por la calle de Dolores, cerca del Mercado San Juan.

Camborio, abrumado por los hechos, confuso, ambivalente, le contó a su segunda esposa la historia, que hasta ese momento le había ocultado. No escatimó ningún detalle. “Debía de habérsele contado antes,” me confesó, “pero nunca había podido hacerlo. Yo también soy un cobarde. Mi segunda esposa me ofreció el divorcio, pero ¿cómo podía dejarla?” Estaba llorando. Las lágrimas escurrían por sus mejillas y caían al pañuelo que sujetó en su mano, como si se le fuera a escapar, como si fuera la esposa que no quería renunciar. “La amo,” me dijo, mientras secaba sus ojos de claro azul, “la quiero profundamente. No me sentía dispuesto a renunciar a mi matrimonio, mis hijos, mi vida y mis amistades.”

Su segunda esposa sugirió que se reuniera con su primera mujer, que le ofreciera algún tipo de asistencia económica – lo menos que podía hacer—e insistió que debía de arreglar sus viejas cuentas sentimentales, de una vez por todas. Camborio agradeció su compresión y apoyo. La abrazó y la besó, la sujetó a su pecho, como para no soltarla jamás.

Sin embargo, en el momento de enfrentar a su primera esposa él fue sacudido por una avalancha de sentimientos encontrados. Surgió su vieja pasión por ella, y la deseó intensamente. Fue imposible para él ignorar la magnitud de su amor. La adoraba en ese momento, y la quiso como la había querido antes.

Y todo lo que sentía en ese instante se complicó, me dijo, con sus culpas, remordimiento, indecisión, todo aunado a las lealtades conflictivas que habían conducido al arresto de esta pobre mujer, la tortura que tuvo que soportar, sus enfermedades, los meses de prisión, el dolor y la soledad que se habían prolongado durante tantos años. Con eso, y la madurez del tiempo transcurrido, se sintió a la altura de sus circunstancias. Decidió ser franco y cándido con ella. Le platicó en detalle de su situación del momento, de su segunda esposa y de sus tres hijos, mientras juró, sollozando, de sus intenciones de permanecer con ella, su primer amor, su verdadera pareja, su compañera ideológica. Y luego, la noticia que hizo aún más grave y conflictivo todo lo ocurrido: se enteró, para su sorpresa, que con su primera mujer había tenido una hija, ya crecida, quien llegó a México como refugiada al lado de su madre.

Con eso se le presentaron a Camborio dos problemas. Después de mucha deliberación encontró la solución. Alquiló un departamento en la capital para poder ubicar con dignidad y espacio a su primera esposa y su hija. Luego, con tal de alejar a su otra familia, optó por trasladarla a Cuernavaca, para allí establecer una residencia con su segunda esposa, a más de los tres hijos que compartían. Los inscribió en una escuela apropiada donde predominaban los hijos de españoles, y para tener entretenida a su mujer, se incorporó a las actividades que regían la vida entre la sociedad de Cuernavaca – el ténis, el golf, club de arreglo floral, comidas, eventos de beneficencia, fiestas. De hecho, vivía de planta, dentro de lo que era para él los parámetros de lo frívolo y banal, con su “familia”, pero visitaba su primera mujer en la ciudad, por lo menos tres veces por semana, para hablar de libros, poetas, música y política—lo intelectual y sobresaliente, según él mismo decía-- y la hija atribuía las ausencias regulares del padre que acababa de descubrir a las exigencias de sus compromisos de trabajo.

Para esas fechas la segunda esposa estaba asediada por sus sospechas, que fueron nutridas en sus celos crónicos. ¿Por qué tanto viaje a México? ¿Por qué los ajustes al presupuesto familiar? ¿Por qué tantos compromisos de trabajo, relacionados con asuntos efímeros: proyectos que nunca se realizaban, escritos que nunca se publicaban, juntas con “socios” que ella no conocía? Podría haber dejado las cosas por la paz. Bien podría haber contemplado un vaso medio lleno, mas no, lo veía medio vacío, y sintió obligada, en efecto, obsesionada, con la idea de indagar en sus inquietudes, con tal de averiguar la verdad, que cada día le pesaba más. Habiendo ofrecido a Camborio su libertad, que él rehusó, ahora lo consideraba su propiedad personal. Ella percibía a si misma como la vencedora en una lucha no sólo afectiva sino también territorial, que sirvió, extrañamente, para aumentar su amor. A Camborio, ella me decía, lo adoraba, y quería todo de él, o nada.

Inicialmente aplicó horas aisladas de su tiempo, luego días completos, finalmente semanas, hasta meses, en buscar entre los archivos oficiales del exilio. “El que hurga, encuentra,” y así fue. Cuando le confió a una compañera de ténis los resultados de su indagación, la amiga le aconsejó bien: “¡Olvídalo! Tiene una hija. ¿Qué más da? Está cumpliendo como hombre a los compromisos de su pasado, pero a ti, ¿qué? Lo que no fue en tu año no es en tu daño. Evidentemente le sobra el amor, porque le alcanza para todos.”

Con eso la esposa respondió: “no es amor. Es traición. Yo le ofrecí su libertad cuando empezó toda esta situación, y me declaró su devoción eterna. Ahora no hay paso para atrás.”

Decidió confrontar a Camborio. Tenía en su poder la constancia de su infidelidad, más bien ambivalencia, para no calificarlo como bigamia. No sólo continuaba la relación con la primera esposa, le decía, sino que también existía una hija. Cuando Camborio reiteró su compromiso con ella, a más de su amor eterno, le había mentido.

Ella le recalcó rotundamente: una mentira es un engaño, de hecho una traición. Es más: su vida entera había sido una mentira.

Él empalideció. Trató de justificarse. “Por mi causa esta mujer soportó torturas, prisión y malestar. Tiene un solo riñón. ¿Cómo puedo abandonarla? Fuimos compañeros en la lucha. Tenemos en común una hija. No pidas que sea yo injusto, ni con ella y ni con la ideología que nos unió.”

A causa de las constantes riñas, la tensión y los celos, y después del desgaste de las horas que había pasado, recluida en los archivos fríos y oscuros, llenos de polvo, la segunda esposa se enfermó. Camborio, inicialmente consternado, decidió llevar su primera esposa de México a Cuernavaca para cuidarla, mientras la hija se mudaba con la familia de una compañera de clases. Cuando la segunda esposa se percató de la identidad de la condescendiente mujer que la cuidaba y que la atendía, se enfureció. Casi mágicamente recobró su salud y vitalidad. Corrió tanto a su marido como la mujer a la calle.

Al poco tiempo la primera esposa, siempre delicada y con su salud seriamente afectada a partir de la guerra, falleció, dejando a Camborio con la responsabilidad de su hija. La mandó a un internado de buena fama, donde permaneció hasta el día de su boda. Evidentemente había logrado una buena alianza con una importante familia de refugiados españoles. Camborio mismo la entregó en la iglesia. La segunda mujer, ahora la esposa única y sobreviviente, se enteró del evento. Fue consumida por el coraje que le provocaron las fotos, y la reseña social del evento, que aparecían en todos los periódicos y revistas de México.

“Me quedé muy solo,” un día me dijo Camborio, “y tengo que convivir con mi soledad. Únicamente encuentro mi solaz en mis recuerdos, de los dos grandes amores que viví, y que perdí, como perdí mi país, mis ideales y mis aspiraciones. Mi vida es un fracaso y yo soy un farsante.”

Se encuentra en el sillón de la terraza, junto a la alberca de la casa que construyó en Cuernavaca. Más tarde, ya aburrido, me invita a acompañarlo mientras se retira a su estudio en el piso superior, con su modesta biblioteca, y el clima artificial. “El ambiente de Cuernavaca es muy hostil para el papel. Tengo que cuidar mis libros.” Entre sus tomos preserva las viejas ediciones que describen el idealismo de la república, publicados antes de 1936, a más de sus colecciones de poesía. Admira en especial a Lorca. Recita bien, con sentimiento y naturalidad, y cuando respondo con entusiasmo se siente congraciado.

“El Romancero gitano,” me dice, con un suspiro. “A mi me fascina, y a ti también. Lo sublime del idioma castellano. El castellano hecho universal. Me recuerda la obra de los poetas galeses e irlandeses, celtas como nosotros del norte de España, gente de la palabra como imagen irisada, la palabra como rapsodia, la palabra como elegía, pérdida, perfidia. ¡Qué bueno que lo podemos compartir! Mi esposa dice que es cursi. Que ya pasó de moda. ¿Cómo puede ser? Yo creo que ella se ha vuelto insensible. Antes, cuando estábamos enamorados, El romancero le encantaba.”

Bajamos de nuevo a la alberca, donde proceden los preparativos para la reunión sabatina, con botanas de morcilla, jamón serrano, chorizo español, aceitunas rellenas de pimiento, todo importado, a más de una buena tortilla de patatas, frita en aceite de oliva español. Ya llegaron sus amigos. Empiezan a discutir la política de México, la situación económica en el país, lo sobresaliente de la cultura, pero nada relacionado con España. Camborio se siente defraudado y ausente. “A nadie le interesa lo que yo pueda aportar,” me dice, “que a estas etapas ya es poco.”

Su esposa, buena cocinera, prepara los alimentos para los invitados y pone una mesa espectacular, con copas de Baccarat, mantel de encaje y fina vajilla, que a pesar de sus juramentos—de no llenar su vida con caprichos materiales porque ‘en cualquier momento’ podrían volver a España—daban lujo y elegancia al jardín frondoso de su airosa casa.

El ambiente, sin embargo, carece de armonía. Camborio está deprimido. Para no provocar el abierto desprecio de su mujer, habla poco. “Estoy escribiendo un libro,” me confía, en voz baja. “Voy a documentar el epílogo de la Guerra Civil, y el impacto que tuvo en la psique y esencia de los refugiados. Sin embargo, cada día me cuesta más trabajo poner orden a mis pensamientos. No hay mucho de que hablar aquí en Cuernavaca. El clima, el ténis, las fiestas, asuntos locales. Me acomodo mejor dentro de mi soledad, donde nadie me hostiga. Me refugio en mis recuerdos. Mantengo vivos mis rencores. Despierto en la noche con nausea y pienso que estoy en la cubierta de ese viejo barco oxidado. Duermo la siesta y despierto sudando, en la selva de la República Dominicana. Regreso a ese día bajo un sol candente, en que atracamos en Veracruz, con los jarochos cantándonos la bienvenida. Lloramos de emoción y les cantamos a ellos, como respuesta. Nos recibieron con flores y frutas tropicales, y se abrieron nuestros brazos a un nuevo mundo. Dirás que vivo mucho en el pasado. La verdad, es que no tengo presente.”

oOo